domingo, 3 de septiembre de 2017

¿Alguna vez has visto la hierba crecer?

Algunas reflexiones sobre el cambio



1. Piénsalo. Tal vez recuerdes haber visto alguna grabación a cámara rápida, claro. Pero, ¿lo has visto en vivo y en directo?. Puedes sentarte a intentarlo, mirarla con atención. Si le pones todo tu empeño podrías, con mucha paciencia, dedicarle toda la tarde o un día entero.

Pero nunca verás la hierba crecer.

Resulta un poco desasosegante, pero todos sabemos estas dos cosas: la hierba crece, sin duda, pero se trata de un proceso que no podemos percibir.

Nuestros sentidos, simplemente, no nos permiten detectar cambios tan lentos. Tenemos ajustados nuestros órganos sensoriales y sistemas de percepción a los parámetros adecuados para nuestra supervivencia en el día a día. Y rara vez la vegetación ha supuesto un riesgo inmediato para nosotros.

Cosas de la evolución.

Sabemos que la hierba crece porque podemos comparar su altura con fotos o con nuestro propio recuerdo, al volver a casa tras un mes de vacaciones. Pero eso es todo.

Como muchos otros procesos lentos, el cambio, eso que buscamos al pedir ayuda profesional, funciona más o menos de esta manera.


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2. Cuando las personas llegan a nuestra consulta generalmente lo hacen después de haber pasado bastante tiempo sufriendo. Antes de pedir ayuda a un desconocido todos preferimos aplicar nuestras propias soluciones, hacemos uso de nuestros recursos personales una y otra vez antes de darnos por rendidos. Es comprensible. La mayoría lo haríamos de esta manera.

Por lo tanto, cuando tiene lugar la primera consulta, después de tanto tiempo sufriendo, uno desea que el cambio llegue cuanto antes. Que el remedio sea rápido y a poder ser indoloro.

Pero lamentablemente muchas veces no puede ser así.

La mayor parte de los cambios que deseamos obtener a través de una terapia, si queremos que sean sustanciales y duraderos, llegarán a través de procesos lentos, como el crecimiento de la hierba.

Paul Watzlawick diferenciaba dos tipos de cambio: el cambio tipo 1 y el cambio tipo 2.

  • El cambio tipo 1 hace referencia a los cambios dentro de un sistema, ya sea que hablemos de un individuo, de una familia o un equipo de trabajo.
  • El cambio tipo 2 señala los cambios del sistema en sí mismo, modificando la forma en que sus elementos se relacionan entre sí.

Si alguien sufre de insomnio o padece crisis de pánico, al tomar un ansiolítico verá resuelto o mitigado su problema. Tal vez su problema sean sentimientos de inferioridad. Puede que consiga calmar su angustia pegándose a alguien que le haga saber continuamente cuánto le aprecia. Tanto en un caso como en el otro hablaríamos de cambios tipo 1.

Por otro lado, si uno comprende que el insomnio es consecuencia de un turno rotatorio en el puesto de trabajo, o que la ansiedad tiene que ver con asumir demasiadas cargas a nivel familiar, el cambio 2 se produciría al conseguir un nuevo horario, o al aprender a cuidarse, a veces diciendo que no a los demás. En el caso de las preocupaciones, cambio 2 sería aprender a relacionarse de otra forma con ellas, entender que los contenidos mentales son exactamente eso, y no la realidad en sí misma.

Ilustr. Fotograma de Il Gatopardo. En la obra del Conde de Lampedusa se acuña la siguiente cita: "todo debe cambiar para que nada cambie". Se trata de una brillante intuición acerca de la función global de los Cambios de tipo 1. 

Los cambios tipo 1, como los ansiolíticos, están más a nuestro alcance, procuran un alivio rápido, pero lamentablemente fugaz. No desafían la lógica de las cosas que nos ha llevado al sufrimiento.

Los cambios tipo 2 son más costosos. Requieren que seamos capaces de detectar las pautas que nos han llevado al malestar, que adoptemos una mirada más amplia, a fin de poder vernos a nosotros mismos en nuestro contexto. Para eso suele venir bien la mirada de alguien externo.

Por eso decimos que conocer la propia mente se parece rascarnos la espalda. Para algunas zonas nos bastamos, pero para muchas otras nos hace falta que alguien nos eche una mano.

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3. Cuando intentamos generar cambios duraderos, cambios de tipo 2, los que afectan a la forma en que nos relacionamos con nosotros mismos o con los demás, podemos vivir una situación tan molesta como inesperada.

A veces uno logra empezar a cambiar, a adoptar posturas diferentes ante las cosas. Poco a poco, con esfuerzo, uno puede ir tomando decisiones y construyendo hábitos más satisfactorios o sanos para con uno mismo.

Pero en la medida en que formamos parte de sistemas que tienen su propio patrón de relación, nos encontraremos nadando a contracorriente. Descubriremos que en todo sistema existe una cierta tendencia a anular los cambios y volver al estado previo. Esto se percibe claramente, por ejemplo, en algunas familias que llevan tiempo conviviendo con el sufrimiento de uno de sus miembros. De alguna manera todos se han ido adaptando inadvertidamente a la situación, y cuando ésta empieza a cambiar sucede algo propio del mundo del teatro.

En una obra de teatro los actores se reparten los "roles" o personajes. Cada actor debe memorizar su papel, y tener unas nociones mínimas de lo que van a hacer y decir los demás. Uno recita su parte, y al rato otro actor le toma el relevo. Como cada uno conoce más o menos el texto del otro tiene una idea aproximada de cuándo le volverá a tocar intervenir.

Ilustr. El retrato. Karine Daisay.
¿Qué pasa cuando uno decide que su papel en la obra le hace daño y empieza a improvisar algunas líneas? Los demás actores se inquietan. No reconocen esas palabras que antes les daban pie y les servían de guía para comenzar a declamar su parte del texto.

Esto distorsiona la obra a los que todos estaban acostumbrados. Surge la confusión. Muchos actores del sistema se molestan al verse obligados a abandonar los papeles que conocían tan bien. Se puede llegar a culpar a la persona que está improvisando, a pesar de que por otro lado todos estuvieran de acuerdo con su búsqueda del bienestar y afirmen que eran necesarios ciertos cambios.

Lo que a veces cuesta entender es que, para que el cambio de uno sea real, todos los elementos del sistema deberán adaptarse en mayor o menor medida.

No es realista esperar que alguien cercano cambie sin que eso nos afecte de alguna manera.


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4. La propia lentitud de los cambios es también la que nos permite que mantengamos un cierto sentido de identidad, la experiencia de que en general seguimos siendo la misma persona.

Existe desde hace siglos un debate filosófico que intenta resolver el problema: el cambio, que sabemos que es continuo, convive de forma simultánea junto con una sólida sensación de permanencia, de que nosotros somos siempre los mismos.

Este problema se ha formulado clásicamente como "la paradoja del barco de Teseo". Imaginemos que pilotamos el barco de Teseo hasta los astilleros, donde habrá de recibir una serie de reparaciones. Cada día vamos sustituyendo una pieza de madera podrida e hinchada por otra nueva y firme. Si lo hacemos así, pieza a pieza, una por día, llegará un punto en que no quede ni una sola pieza del barco original. ¿Podrá decirse entonces que estamos ante el mismo barco que entró al astillero?, ¿o tal vez ha dejado de ser el barco de Teseo?

En una formulación más moderna, sabemos que los átomos de nuestro cuerpo se renuevan -de media- cada 7 años aproximadamente. ¿Quiere esto decir que a los 14 años ya dejamos de ser quien fuimos para pasar a ser la versión 1.1 o la 1.2 a los 21? En realidad casi todos tenemos la sensación de ser los mismos que hace 7 años. Aunque tal vez, si nos encontramos con alguien a quien no veíamos desde el instituto pueda llegar a decirnos algo así como: "cuánto has cambiado", "no eres la misma persona".

Esta paradoja, de nuevo, surge de nuestra incapacidad para aprehender muchas de las dinámicas que nos rodean. El cambio es continuo e imperceptible, pero de alguna manera hay algo que permanece.


Como en el barco de Teseo, o como en el caso de las grandes dunas, que tienen su propio nombre y morfología bien conocidas, la identidad permanece, pero la duna se mueve por el arenal un par de centímetros al año, grano a grano.

Se tratan estas de dinámicas complejas (no lineales), que muchas veces combinan modificaciones acumulativamente imperceptibles con cambios que llegan de forma abrupta e inesperada, en lo que se denomina técnicamente catástrofes (se hunde una vertiente de la duna, se inicia una avalancha de nieve, se sufre una crisis de pánico, se comprende el papel de uno en un drama familiar).

Si tuviéramos otra forma de percibir la realidad nos daríamos cuenta de que las cosas, mucho menos las personas, no son ellas mismas por su conformación unitaria, por mucho que nos veamos obligados a ponerles nombre y nos convenzamos de que son eternas. Lo que permanece en la esencia de las cosas es algo más dinámico, es la particular relación, la interacción de los innumerables y cambiantes componentes que forman parte de nosotros.

Referencias: