domingo, 9 de octubre de 2016

Si las cosas me van bien, ¿por qué tengo tan baja autoestima?

De entre los motivos por los que las personas vienen a consulta, la sensación de tener una autoestima insuficiente o dañada es uno de los más frecuentes.

Aunque solemos pensar que la baja autoestima se debe a la acumulación de fracasos, esto no es necesariamente así. Muchas de las personas que sienten dudas acerca de su propio valor son exitosas en áreas importantes de su vida, como los estudios, el trabajo, las amistades...

Y sin embargo pueden sentir esa sensación callada y persistente de que algo falla, de que hay algo en ellas que no funciona y no las hace dignas de aprecio.

Ilustr. Serie Jungle, por Maja Wronska

1. ¿Cuándo se empezaron a torcer las cosas?


Todos nacemos con un determinado temperamento (tendencias congénitas a la hora de reaccionar ante las situaciones que el mundo nos presenta) y sobre este temperamento vamos construyendo un carácter (aprendizajes que se incorporan a lo largo de la vida y se automatizan en forma de hábitos a la hora de sentir, pensar y actuar).

El temperamento explica que, por poner un ejemplo, a igualdad de padres y similitud en el estilo de crianza, dos hermanos puedan acabar siendo tan diferentes. Quizás uno de ellos necesitaba un contacto mucho más intenso con la figura de apego. Quizás el otro era más autónomo y se le podía dejar más tiempo con sus juguetes. Quizás uno era más sensible al malestar y lloraba a menudo, irritando a sus padres. Quizás cuando sentía miedo o lloraba los demás se angustiaban tanto que preferían calmarle cuanto antes, enseñándole a no arriesgar, a no meterse en situaciones nuevas o difíciles.

Otras veces los primeros años transcurren con completa normalidad hasta que, con más edad, llega el momento de encajar con nuestros iguales. Una peculiaridad física, un día de mala suerte o, simplemente, el hecho de estar un poco más apartado del resto porque nunca se necesitó tanto el contacto con los demás, son circunstancias que pueden hacer caer a plomo el peso de la mirada de los otros. Y pocas cosas paralizan más que la mirada del grupo señalando a quien está en mayores dificultades para conseguir lo que la mayoría ansía: entrar, encajar, pertenecer.

No siempre es fácil rastrear las raíces de la baja autoestima, o sí descubrimos su origen éste suele quedar demasiado lejos como para poderlo cambiar. Pero a todos nos toca seguir viviendo. ¿Cómo afrontar esta situación si uno siente que parte con desventaja?

2. Si hago esto me sentiré mejor...



Ilustr. Serie Jungle, por Maja Wronska.
Ante este dilema (intentar encajar cuando uno siente que algo falla), las estrategias que cada persona puede desarrollar son muy variadas:
Hay quien toma la decisión de declararle la guerra al mundo, despreciando de forma más o menos activa lo que suelen tenerse por valores socialmente aceptados.
Otras personas buscan el aislamiento. Se encierran en su habitación y pasan a relacionarse de forma selectiva a través de internet, centrándose en consumir productos de entretenimiento.
Y están los que se centran en mejorar algún aspecto concreto de ellos mismos, con el fin de sentirse mejor.

No es que haya una estrategia mejor que otra a priori, pero sí es cierto que, de las tres mencionadas, la tercera quizás sea la más peculiar. Puede sonar extraño, pero a veces centrarse en la mejora de uno mismo puede llegar a ser un problema. Uno de sus peligros potenciales es que suena bien, es un proyecto que en principio nuestro entorno apoyaría ¿Qué puede tener de malo querer mejorar?

Si partiéramos de la seguridad basal que proporciona un cierto amor por uno mismo no habría demasiado problema. Pero para determinadas personas se convierte en un peligro, pues se trata de una vía condicionada hacia la autoestima.

En algún punto del camino interiorizamos lo siguiente:

“Si consigo esto... gustaré más”.

Los ejemplos son prácticamente infinitos:

· Mejorar el aspecto físico (gimnasio, dietas, maquillaje, ropa de marca...)
· Volcarse en la vida académica o laboral (ser la mejor, el número uno)
· Intentar agradar a los demás a toda costa (ser el más ocurrente, o la mejor amiga)
· Evitar el conflicto o la expresión de las propias necesidades (no tener enemigos)
· Tener muchas relaciones de pareja o romances breves
· etcétera

Black Swan. Copyright, Fox Searchlight Pictures. 2010.




Nuestro deseo de encajar, de ser queridos y apreciados, ese objetivo tan deseado, puede ir impregnando paulatinamente con un matiz positivo aquello que hemos convertido en su supuesta puerta de acceso. Es decir, asociamos el bienestar a un paso intermedio. De esta forma la conducta es la que nos pasa a proporcionar un cierto bienestar. La hemos condicionado:

Si como menos, o pierdo peso, me siento mejor.
Si voy al gimnasio, me siento mejor.
Si consigo tener una cita con alguien, me siento mejor.
Si saco otro sobresaliente, me siento mejor.
Si asciendo en el trabajo, me siento mejor.
Etcétera

A medida que la conducta se convierte en hábito, gana inercia por sí misma. El objetivo final por el que empezamos a desarrollarla (que nos quisieran) va quedando poco a poco olvidado, como un sendero que se va cubriendo de tierra y hojarasca. Hasta que le perdemos la pista.



3. Cimientos frágiles. Una lucha constante.


Cuando esto ocurre durante años podemos llegar a encontrarnos con que somos excepcionalmente buenos en uno o dos aspectos (somos muy atractivos, o unos trabajadores enormemente reconocidos, o personas que caen absolutamente bien a todo el mundo...) Pero todo esto se sustenta en una autoestima frágil, como si muy en el fondo uno supiera que el bienestar alcanzado no es permanente, y que uno debe seguir invirtiendo muchos esfuerzos en reforzar continuamente estos endebles cimientos.

La duda puede surgir cada cierto tiempo. Si las cosas me van bien, ¿por qué me siento tan mal? Las personas con baja autoestima se sienten inseguras pero aprenden a disimular su malestar. No es raro que los demás tiendan a pensar que se encuentran frente a una persona con grandes cualidades. Pero con el tiempo, será inevitable detectar unas ciertas señales, diferentes formas en que esta fragilidad se manifiesta a lo largo del tiempo:

Ilustr. por Sergio Albiac
· Sentimientos de celos frecuentes y enormemente dolorosos.
· Importante sufrimiento ante cualquier comentario negativo de los demás.
· Tendencia a indignarse por los defectos percibidos en las demás personas.
· Sensación de ser un impostor o de que los logros propios no tienen verdadero valor.
· Tendencia a evitar las relaciones sociales, o bien comportamiento estereotipado y artificial.
· Mayor consumo de sustancias o práctica de actividades absorbentes para olvidarse de todo.

Este malestar puede llegar a soportarse mal que bien durante años. Pero, ¿y si quisiéramos que las cosas empezaran a cambiar?

4. Las dos fuentes de la autoestima.


¿De qué manera puede uno ir reconstruyendo su amor propio?

Existen dos formas de aumentar el aprecio por uno mismo.
Una tiene que ver con lo que uno se propone lograr a diario. La llamo la fuente interna.
La otra tiene que ver con la mirada de los demás. La llamo la fuente externa.

Para poder sentir que uno crece y se aprecia de forma genuina deben ponerse en práctica ambas formas, cuanto más mejor, de forma equilibrada. Aunque nos convirtamos en expertos en una de estas formas, si la otra falla, la autoestima seguirá maltrecha.

  • La fuente interna tiene que ver con los valores, los objetivos y los logros.
Ilustr. Serie Jungle, por Maja Wronska.
Desde niños nos vamos enfrentando paulatinamente a situaciones que, al principio, nos suponen un desafío, pero que poco a poco vamos dominando e incluyendo en nuestro repertorio de habilidades. Cualquier persona que haya aprendido a montar en bici recordará lo complicado que parecía al principio, y lo sencillo que acaba resultando para el resto de la vida.

Siempre que nos plantamos ante un reto que implica una cierta dificultad sentiremos dudas, un cierto miedo, una preocupación ante el posible fracaso. Esta sensación, para algunos, es muy estimulante, y les lleva a buscar desafíos cada vez mayores durante toda su vida. Para otros esta sensación es moderadamente desagradable, soportable. Hay a quien se le hace todo un mundo.

Sea como sea, si decidimos afrontar estas situaciones difíciles, cuando triunfemos saldremos reforzados. Ganaremos en seguridad. Aumentará nuestra sensación de valía y nuestra responsabilidad (la capacidad para asumir las consecuencias de nuestros actos). Si las más de las veces declinamos, evitamos, posponemos, entonces la próxima vez nos sentiremos igual de impotentes. Quien evita los retos más veces de las que los afronta permanece en la inmadurez.

Por eso los objetivos que nos propongamos son importantes, porque nos dejan un poso.
Hay que saber elegir su dificultad: ni tan fáciles que no nos aporten nada, ni tan difíciles que nos condenemos a la frustración, por irreales. Debemos sentirnos un poco desafiados.
Es bueno que afrontemos objetivos de forma frecuente, a diario, cuantas más veces mejor.
Y debemos comprobar que están en consonancia con lo que nos importa. Detectar cuáles son verdaderamente nuestros objetivos y cuáles hemos asumido por deseo de los demás, ya que esto influirá en nuestra disposición a esforzarnos. Ahí es donde uno debe revisar si los objetivos que se propone van acorde con sus valores o los de otra persona.

Pero como decíamos, uno puede ser una persona exitosa, es decir, con grandes logros acumulados y la autoestima por los suelos. Por eso nos queda hablar del punto más importante.


  • La fuente externa, que es la más complicada porque implica lo que normalmente más nos afecta: la mirada de los otros.
Ilustr. Serie Jungle, por Maja Wronska.
Decíamos antes que, cuando condicionamos el bienestar a una conducta (“si hago esto, me sentiré mejor”), normalmente lo que estamos haciendo es dedicar enormes esfuerzos a ofrecer una imagen lo mejor posible a los demás, en la esperanza de que así nos quieran o nos aprecien.


De la misma forma aumenta la necesidad de ocultar o disimular las partes que consideramos peores de nosotros mismos.


Este constante “retoque” de la imagen que le ofrecemos a los demás, además de resultar agotador, nos arrebata precisamente lo único que es capaz de reparar la autoestima:


La experiencia profunda de que, mostrándonos tal cual somos, en lo bueno y lo menos bueno, aún podemos ser apreciados, queridos, amados por alguien.

Es esta experiencia, vivida a menudo, a diario, durante años, la que permite que los miedos se vayan apagando y que el amor propio se vaya fortaleciendo.

No resulta fácil dar el salto. Mostrarse sin trampa ni cartón implica dejar de poner en práctica habilidades en las que quizás nos hayamos convertido en expertos y por las que los demás nos conocen e incluso admiran. Tiene mucho de renuncia. Conlleva aprender a convivir de verdad con nuestros complejos y temores, sin ocultarlos. Compartiéndolos para descubrir que, en realidad, no estábamos tan solos. Llevará tiempo, porque el condicionamiento sólo pierde fuerza si lo dejamos aparcado mientras pasa el tiempo y pasamos a vivir de forma genuina.

Pero si superamos ese miedo, si nos atrevemos, quizás empecemos a construir algo verdadero.


Al fin y al cabo, como dijo en cierta ocasión Hellboy

“Apreciamos a la gente por sus virtudes, pero solo llegamos a quererla por sus defectos”.
@JCamiloVazquez


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