miércoles, 4 de noviembre de 2015

No sé qué hacer con mi hij@

Cada vez llegan más adolescentes a nuestra consulta.

Y cuando decimos adolescentes nos referimos a chicos y chicas que pueden ir desde los 14, 15 o 16 años hasta la veintena larga. A pesar de la disparidad de edades, estos jóvenes suelen tener algo en común, y es que sus padres están muy preocupados.

Ilustr. Gettyimages.es
A veces estos padres vienen solos y nos cuentan que no saben qué hacer, que no ven ningún tipo de motivación por parte del chaval (estadísticamente suelen ser varones), que no lo ven reaccionar a pesar de que se intenta razonar con él, que se muestra constantemente hostil aunque se le trate con cariño, o incluso que se muestra agresivo (levantando la voz, golpeando algún mueble) cuando no consigue lo que quiere. En algunos casos dramáticos hay agresiones físicas o un clima de constante amenaza que hace imposible la convivencia.

Las etiquetas que se le pueden colgar al problema son muy diversas: "alteraciones de conducta", "abuso de las nuevas tecnologías", "adicción al cánnabis, al alcohol, etc". Es parte de nuestro trabajo como psiquiatras descartar que bajo estas conductas no exista encubierto un problema más grave como una depresión, un trastorno de ansiedad o un cuadro psicótico incipiente. Estas posibles causas a veces están presentes, y es bueno tenerlas en mente para no pasarlas por alto. Pero lo cierto es que son poco frecuentes.

Lo más habitual es que nos encontremos ante un adolescente esencialmente sano que no ha llegado a adquirir un verdadero control de sí mismo, y unos padres que se las ven y se las desean para intentar controlarle ahora que es más grande, tiene más energía y se ve apoyado/presionado por su entorno de amigos.

Cuando se llega a la consulta de un profesional de la salud mental normalmente se han intentado algunas cosas, entre ellas ver si con un poco de paciencia al joven se le acaba pasando "el pavo". Cuando esto no es así y la conducta empeora, cunde la desesperación. No es raro percibir en estos padres sentimientos de vergüenza o de fracaso. Pareciera como si el menor de edad (o no tan menor) hubiera conseguido doblegar sin mucho esfuerzo a personas hechas y derechas, tan normales en el resto de áreas de su vida como cualquier otro.

Por eso, una vez expuesto el problema, no es raro que los padres acaben poniendo sobre la mesa la siguiente petición: "Necesitamos pautas".



El éxito de de programas televisivos como "Supernanny" o "Hermano Mayor" es la expresión más visible de lo que estamos hablando.

Una de las enseñanzas que nos regalan estos programas es que más vale prevenir que curar. Los problemas de la adolescencia suelen ser bombas de relojería que se arman durante la infancia.

Y es que es entonces, durante la infancia y no tanto durante la adolescencia, cuando más rendimiento tienen las pautas. En realidad resulta complicado reconducir en 2 o 3 años lo que lleva fraguándose los diez años previos, en los que se ponen los cimientos de la personalidad.

Ilustr. Zits, de Jim Borgman.

"Los problemas de la adolescencia suelen ser bombas de relojería que se arman durante la infancia."



Por eso lo primero que transmitimos a los padres de chavales adolescentes es que las pautas no serán soluciones rápidas. Con esto ocurre lo mismo que con las dietas de adelgazamiento. En sí mismos, 5 o 6 consejos servirán de poco. A lo que debemos aspirar es a introducir cambios reales y duraderos en la forma de vivir de la familia. Los beneficios casi siempre aparecerán en el largo plazo. Es necesario introducir nuevas rutinas, algunas incómodas, y persistir en ellas sin esperar ver un resultado inmediato. Y eso nos cuesta mucho.

¿Entonces a qué nos referimos con pautas? ¿De qué tipo de cambios estamos hablando?

Las pautas ofrecidas por el profesional deberían traducirse en estilos de educación diseñados y defendidos por ambos padres, consistentes a lo largo de los años y basados en la recompensa y en el castigo. El profesional no influye en el contenido de la educación. No es nuestro papel. Nuestras recomendaciones se centran en la forma en que dichas normas se diseñan y aplican para que tengan efectividad.

El resultado que esperamos al aplicar dichas pautas tiene que ser el llegar a generar un espacio normativo seguro dentro del cual el menor tiene claro hasta dónde puede y hasta donde no debe llegar su conducta, y cuáles serían las consecuencias tanto si respeta como si viola las normas.

No es posible acertar siempre ni hacerlo bien el cien por cien del tiempo, pero si lo conseguimos la mayoría de las veces, el menor crecerá en un entorno con capacidad para guiarle y protegerle de sí mismo.

La misión de los padres es hacer que sus hijos logren ser personas autónomas para el momento en que la sociedad los reclame como adultos de derecho.



Seguiremos tratando la problemática de los adolescentes en próximos posts. En ellos reflexionaremos acerca de por qué hoy en día nos resulta más difícil educar personas autónomas, veremos algunos errores comunes que a veces cometen los padres, y trataremos el que probablemente sea el talón de aquiles de nuestra generación: la baja tolerancia a la frustración.

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