domingo, 27 de octubre de 2013

¿Y si no quiero tomar medicación?


Una de las preguntas que suele hacerse quien se plantea acudir al psiquiatra por primera vez es: ¿me hará tomar medicación?.

Desde que los psicofármacos modernos entraron en el arsenal médico, hace ya más de 60 años, su popularidad no ha dejado de aumentar, para bien o para mal. Como con cualquier tema que se hace de dominio público, a su alrededor han ido creciendo múltiples posturas, algunas de ellas extremas y generadoras de confusión. No obstante, siempre que nos enfrentamos a algo nuevo, es lógico que tengamos nuestras reservas, y más si hablamos de cuidar nuestra salud.

Las preguntas que con más frecuencia escuchamos en consulta sobre la medicación son:


· ¿Me hará dejar de ser yo mismo? ¿cambiará mi personalidad?
· ¿Será adictiva? ¿Tendré que tomarla de por vida?
· ¿Tendrá efectos adversos molestos? ¿Me puede perjudicar?

Todas ellas son pertinentes, y es importante que queden aclaradas antes de iniciar un tratamiento. Pero la que suele rondar la cabeza del paciente sin que llegue muchas veces a ponerse en palabras es la que abre esta entrada: ¿y si no quiero tomar medicación, qué pasa?.

La medicina ha cambiado mucho. Antes el médico era una figura indiscutida cuyas indicaciones no dejaban lugar a dudas. O sea aceptaban o adiós muy buenas. Hoy, quien acude al médico, se encuentra con un profesional especializado que trabaja más bien como un técnico, proponiendo alternativas, informando y consensuando con el paciente los pasos a seguir. El médico excelente es aquel que, además de ser buen técnico, tiene la humanidad suficiente como para intuir cuáles son las necesidades de cada paciente, adaptándose a ellas, y no al revés.

¿Qué postura adopta hoy el psiquiatra ante la toma de medicación?

En primer lugar hay que aclarar que, hoy en día, la medicación no es la única herramienta del psiquiatra. Y en nuestra opinión no siempre debería ser la primera opción. Para la mayoría de trastornos que llegan a la consulta (cuadros depresivos, ansiedad, adicciones, trastornos de la personalidad...) la base del tratamiento es la psicoterapia, siendo la medicación un complemento muy valioso, pero no imprescindible. Si se dispone de un tiempo razonable es recomendable iniciar una evaluación del caso acompañada de un tratamiento psicológico. Siempre habrá tiempo de plantear la posibilidad de potenciarlo con medicación en el caso de que no se diera mejoría en el plazo de unos pocos meses.

En segundo lugar, tanto si es el paciente quien solicita tomar medicación, como si manifiesta sus dudas al respecto, es imprescindible analizar los motivos de cada caso. Para esto no valen fórmulas universales. Partimos de la base de que no tomar fármacos es una postura personal perfectamente respetable, siempre y cuando se ejerza libremente, y no se base en emociones perjudiciales y evitables (el miedo a lo desconocido, la desesperanza en una depresión), no se deba a la desinformación o no obedezca a un alejamiento puntual de la realidad.

Es labor del médico asegurarse de que la postura del paciente está libre de estas 3 cadenas: (emoción, desinformación, anosognosia). Sería negligente no operar a alguien que, necesitando una intervención urgente, estuviera demasiado asustado por la anestesia general y se negase a entrar en el quirófano. El cirujano tiene la obligación de detectar y calmar esos miedos. Con la medicación ocurre lo mismo.

Una persona adulta, informada acerca de los posibles riesgos y beneficios de no tomar medicación, puede perfectamente prescindir de ella. Ejerce su autonomía como paciente de la misma forma que cuando accede a tomarla. Por ello es importantísimo que se cree en consulta un clima de confianza que permita plantear este tema con sinceridad. Cuando esto no se consigue, casi siempre es culpa del médico, que quizás no haya dedicado suficiente tiempo a examinar las reticencias, a resolver dudas y explorar miedos.

Emociones y medicación
Ilustrac: Brian Stauffer.
A veces cargamos a la pastilla con unas emociones que no le corresponden, que no vienen con ella. Unas veces le endosamos nuestra desconfianza hacia los demás. Otras, nuestros miedos e inseguridades. En muchas ocasiones cargamos los medicamentos con las exageradas esperanzas de un mágico remedio, indoloro y definitivo. Pero la medicación es sólo una herramienta, neutral, cuyo significado debe consensuarse entre médico y paciente.

No es raro que en ocasiones se desaconseje empezar este tipo de tratamientos. Hay muchos dolores en la vida que no sólo no requieren medicación, sino que su prescripción únicamente conseguiría distorsionar experiencias que son parte del desarrollo personal, como sufrir la pérdida de un ser querido. El médico prudente sabe que una pastilla en esa situación hace un flaco favor al paciente, si acaso calma la propia angustia.

Un buen profesional sabe decir no. Sólo recurre a la medicación cuando es necesaria. Pero no deja de recomendarla si cree que lo es. Informa sobre beneficios y molestias esperables. Se asegura de que el paciente no se quede con dudas. Y siempre está dispuesto a rectificar.

domingo, 20 de octubre de 2013

Psiquiatría en la pantalla


Todos hemos tenido contacto con la psiquiatría a lo largo de nuestras vidas. Y para aquellos que jamás pisaron la consulta de un psiquiatra, ni solos ni acompañados, nos gustaría señalarles su masiva presencia en el cine y televisión prácticamente desde que se crearon. La imagen de la psiquiatría y de la práctica de sus profesionales ha sido forjada en nuestro imaginario a partir de las escenas que han llegado a nuestras pantallas, con sus variaciones y vaivenes a lo largo de los años. Cierto es que aunque la mayoría de las profesiones han sido representadas en la industria del celuloide, no todas se han replicado tanto y dado tanto juego. Así pues cabría preguntarse si lo que nos muestra el cine es un reflejo de la visión social del momento, o por el contrario se convierte en un modelo que transforma las costumbres de un determinado contexto. Ya pasó con el tema del tabaco: desde Humphrey Bogart y los tipos duros hasta nuestros días, en los que si alguien fuma en pantalla desde luego no será el héroe.

La llamada fábrica de los sueños encontró con el psicoanálisis un nexo común en el simbolismo para potenciarse el uno al otro. Aquí recordamos la extensa filmografía de Hitchcock, quien con mayor o menor mitología, tanto utilizó las alteraciones mentales y a los psiquiatras para el éxito de sus películas. Psicosis, pero también Vértigo, Recuerda, Marnie la ladrona... Y en la línea del psicoanálisis, la continuación de su presencia por el inolvidable Woody Allen. A través de su filmografía se llegó a interiorizar la necesidad de poner un psicoanalista en tu vida, como aquel que acude al entrenador físico personal.¿Acaso no somos todos más o menos neuróticos, y quien más y quien menos tiene sus filias y fobias en mayor o menor medida confesables?.

Se dice que todos somos psicólogos naturales, y nuestro interés se ve continuamente captado por lo que consideramos comportamientos incoherentes o extravagantes, ya sean propios o ajenos. Pero en ocasiones el cine ha ido más allá de entroncar con nuestra curiosidad insaciable de psicología, y ha conectado con el espectador a través de una visión oscura de la enfermedad mental. Es decir, captando la atención a través de uno de los principales miedos universales: el de volverse loco, o lo que es lo mismo, perder la razón, la identidad y la capacidad de decidir por uno mismo. Alguien voló sobre el nido del cuco, El silencio de los corderos... Películas que han enturbiado no sólo la imagen de los profesionales de la salud mental, sino que han aumentado el llamado estigma o rechazo social hacia las personas afectadas por los problemas mentales.

En los últimos años asistimos al boom de las series televisivas y a su masiva difusión a través de Internet. Y en su fuerte posicionamiento como género de culto, continúan trayendo la psiquiatría a escena. Los Soprano, A dos metros bajo tierra, Breaking Bad, Homeland... Como decíamos al principio, hay un debate abierto acerca de si la pantalla muestra o la pantalla crea la realidad. Lo que si es cierto es que cada vez más aparecen en ella personajes afectados por crisis vitales, trastornos mentales, o en definitia situaciones que ponen en jaque su integridad psíquica, pero que se presentan como una parte más de lo que en conjunto constituye un ser humano que por otro lado es capaz de llevar una vida relativamente normalizada. Personajes con sufrimiento psicológico, pero luchadores, con sus familias, trabajo... Y lo más importante, con los que todos empatizamos.

Afortunadamente esta factoría de series en su mayor parte americanas, consiguen unir entretenimiento con rigor y documentación. Un esfuerzo que hay que aplaudir y que esperamos seguir disfrutando desde nuestras pantallas.


domingo, 13 de octubre de 2013

Psicoterapia Integradora o ¿tienen estos señores algo en común?


Psicoterapia es el tratamiento de los problemas psíquicos a través de la palabra. Constituye la principal herramienta de trabajo de la mayoría de psicólogos y de muchos psiquiatras. Su historia se podría rastrear hasta algunas prácticas llevadas a cabo en la Grecia clásica, pero como técnica moderna podemos decir que nace con las observaciones del neurólogo vienés Sigmund Freud.

Desde entonces el árbol de la psicoterapia no ha dejado de crecer, brotando de su tronco las diferentes ramas o corrientes que hoy podríamos resumir en:

· Corriente Psicodinámica: heredera de la tradición psicoanalítica acuñada por Freud y sus discípulos. Busca el origen de los síntomas en conflictos psicológicos pasados y reprimidos.

· Corriente Cognitivo-Conductual: recoge los hallazgos de la psicología del aprendizaje (Pavlov, Watson, Skinner) para, tras incorporar un giro cognitivo (Beck, Ellis), acabar configurando un modelo que explicaría por qué determinadas conductas e ideas nocivas son aprendidas y automatizadas a pesar del perjuicio que nos ocasionan.

· Corriente Humanista: impulsada por Rogers, se basa en el potencial autosanador del individuo, ofreciendo una visión dinámica de la personalidad y centrada en el crecimiento a través de la superación de sucesivos obstáculos vitales.

· Corriente Sistémica: hace de los sistemas, y no los individuos, el objeto de su estudio, centrándose en el modo en que las relaciones (Watzlawick) pueden acabar generando o resolviendo la problemática a tratar. Profundiza en el conocimiento de las estructuras familiares y sus ciclos (Minuchin, Haley).

· Corriente Existencial: ubica el origen de gran parte del malestar psicológico en la obligación de afrontar (y la tendencia a evitar) los grandes temas universales del ser humano: la muerte, el aislamiento, la ausencia de sentido y la libertad. Yalom, Frankl o May la representan.

Cada una de estas corrientes posee su propio modelo explicativo de la mente, su interpretación acerca del origen de los síntomas, el tipo de relación ideal entre terapeuta y paciente, así como las estrategias para promover el cambio saludable. Todas estas corrientes, a pesar de su origen común, son diferentes e incluso a veces contradictorias entre sí. A pesar de esto todas han conseguido demostrar su eficacia terapéutica. ¿Cómo es esto posible? 

El enigma parece despejarse cuando comenzamos a centrarnos en lo que de común tienen todas ellas, en lugar de analizar sus diferencias y ponerlas a competir. Más allá de la letra pequeña de cada teoría, de si se emplea diván o espejo unidireccional, de si tratamos pacientes o clientes, subyace un tipo especial de conversación caracterizada por los siguientes factores comunes:

  1. La existencia de una explicación para el problema, al margen de su contenido.
  2. Un encuadre que define normas, tiempos y espacios para cada sesión.
  3. Una relación de confianza o alianza terapéutica.
  4. Un rito o serie de prácticas definidas y mutuamente aceptadas.
La Psicoterapia Integradora es la corriente que reconoce estos cuatro factores como el motor del cambio, adaptándolos a la versión del problema que el paciente trae a consulta. Esta versión unas veces estará centrada en sucesos del pasado, otras se fijará más en problemas de relación actuales, en conductas aprendidas... el terapeuta integrador es capaz de iniciar un tipo de conversación que analice esta versión dolorosa, muchas veces enquistada, aportando perspectiva y nuevos modos de experiencia que permitan la mejoría.

Al hablar de versiones asumimos que no existen verdades absolutas, y que el paciente es el experto en sí mismo, siendo el papel del terapeuta el de aportar su habilidad como conversador. La psicoterapia integradora, por tanto, recoge la sabiduría compartida por los pioneros de la psicoterapia para hacer un uso de su potencial terapéutico basado en el sentido común y en el consenso, siendo especialmente adecuada para aquellas personas que nunca han iniciado un tratamiento psicológico o aquellas que lo han hecho y se han sentido poco identificadas con lo que se hablaba en consulta.


domingo, 6 de octubre de 2013

¿Por qué debería ir al psiquiatra alguien como yo?


Nuestra mente forma parte de nuestro cuerpo, de nosotros mismos, pero a su vez es parte también del entorno que nos rodea. Cuando una persona se rompe una pierna está claro que no va a poder desenvolverse por sí misma, perdiendo una parte significativa de su libertad. Existen pocas dudas de que debe pedir ayuda al médico designado para tal fin. Lo que sucede es que este proceso de decisión lo hacemos gracias a la mente. Y en el caso de que el problema esté en la mente, o lo que es lo mismo, exista algún tipo de trastorno mental, la capacidad de autodetección se complica bastante.

Sin embargo, podemos sospechar que algo no va bien cuando:

  • Nuestras estrategias habituales para afrontar el malestar, sufrimiento, problemas de sueño, falta de apetito... no están dando resultado (cada uno las suyas: hacer deporte, yoga, salir a tomar algo con los amigos, el apoyo de nuestros seres queridos...)
  • Van apareciendo complicaciones en otros ámbitos de la vida: familia, pareja, trabajo, amistades...
  • Nuestros conocidos nos dicen que actuamos de forma diferente o nos avisan de un cambio de actitud; cosa que aunque nos pueda irritar o hacer pensar que no nos comprenden, muchas veces puede ser cierto.

El objetivo de acudir al psiquiatra puede ser el de aclarar una duda muy legítima: ¿Es normal esto que me pasa?. Ha de quedar claro que el paciente es el experto en sí mismo. Nadie mejor que él conoce su propia historia, deseos, motivaciones... Lo que sucede es que por estar inmerso en el problema suele perder la perspectiva, y lo mismo le pasa a la familia, que al estar implicada emocionalmente pierde a su vez la distancia necesaria. Por otro lado, la sociedad, sus tendencias y modas hacen que cada vez menos se compartan las experiencias con franqueza, y se creen mitos o expectativas que arrojan más confusión a nuestro entendimiento profundo. Por ejemplo, en España resulta muy difícil compartir un fracaso empresarial al no haber una cultura de emprendedores arraigada.

La labor del psiquiatra por lo tanto, es en primer lugar el psicodiagnóstico, es decir, responder a la persona que viene a consulta si es o no normal eso que le pasa. En ocasiones nos encontramos personas muy independientes y luchadoras que persisten en sus deseos de salir adelante con sus recursos, y que a pesar del progresivo deterioro de su salud viven el pedir ayuda como un fracaso. Pero también aparece el caso contrario: las personas más acostumbradas a reclamar ayuda de su entorno tienden a subestimar sus capacidades, y pareciera que demandan una solución ajena a sí mismos que desde el ámbito sanitario no se puede aportar.

Por ello, una única consulta con el tiempo suficiente para evaluar adecuadamente la situación global puede bastar para zanjar las dudas y tranquilizar al paciente acerca de lo apropiado de sus sensaciones, prescribir el tratamiento más adecuado si se requiere, y siempre orientar acerca del enfoque más adecuado del problema.